La filosofía reivindicada

“No es una voz que se alce en el silencio, la filosofía, sino un intento escéptico de recogimiento intelectual en el estruendo de las palabras establecidas”.
Fernando Savater, Diccionario filosófico.


Observas un cartel en una tienda de agricultura ecológica que anuncia un curso de metafísica, y durante un instante piensas en esa venerable disciplina que bautizó Andrónico de Rodas en el siglo I a. C. porque no encontraba una denominación mejor para los textos de Aristóteles que venían después de sus libros de Física (del griego physis, “naturaleza”; Meta-física significa, literalmente, “lo que va después de la naturaleza”), pero el alma se te cae a los pies al comprobar que el contenido del curso no está relacionado con el venerable y longevo estudio del ser y sus características, sino con innominados viajes astrales, desdoblamientos psíquicos y demás parafernalia etérea e inclasificable.

Vas a proveerte de libros a una conocida librería de una gran ciudad y, al llegar a la sección de filosofía, compruebas amargamente que la han plantado en medio de una sección dedicada a ciencias ocultas y otra en la que florecen manuales de parapsicología de todo tipo y pelaje, como si estas pseudodisciplinas estuviesen hermanadas a la filosofía y compartiesen su mismo objeto de estudio y sus mismos métodos de interpretación y análisis.

Llegas al trabajo el primer día de clase de “Filosofía y ciudadanía” en el primer curso de bachillerato, preguntas a tus nuevos alumnos si conocen algún libro de filosofía o relacionado con la filosofía, y un estudiante atrevido e imberbe te responde que en casa de sus padres le parece haber visto uno titulado algo así como Más Platón y menos Prozac, o al revés.

Situaciones como estas se repiten con demasiada frecuencia sin que profesores y amantes de la filosofía podamos hacer mucho para evitarlo. En la actualidad parece estar de moda confundir la filosofía, entendida como una disciplina académica inscrita en una honorable y vetusta tradición humanística, con otras pseudodisciplinas y pseudociencias que no tienen nada que ver con ella.


Fernando Savater, uno de los autores que más han contribuido a divulgar la filosofía entre el público no especializado, señala en su Diccionario filosófico tres características básicas que deben tener las convicciones filosóficas y que las alejan de aquellos pseudoconocimientos de feria.

En primer lugar, “provienen de intuiciones explicables a partir de razonamientos basados en la observación y la experiencia intersubjetiva”. Esta característica señala la vinculación necesaria entre la actividad filosófica y la razón, tal y como fue entendida por los presocráticos desde el inicio de la filosofía hace veinticinco siglos: como una alternativa racional a las narraciones míticas que explicaban lo que acontecía en el mundo a partir de la voluntad de los dioses.

En segundo lugar, “no se transmiten por simple impregnación cultural o a través de ritos colectivos sino más bien de persona a persona (es decir, por medio de un indeleble esfuerzo individual)”. Esta afirmación subraya la importancia de esa tradición cultural -sinónimo de diálogo intergeneracional- en la que el filósofo necesariamente se encuentra inscrito y, sin la cual, todo esfuerzo filosófico sería vano y estéril.

En tercer lugar, “tienden a simplificar o contrarrestar la frondosidad mitológica que socialmente compartimos en vez lugar de aumentarla”. Esta es, quizás, la característica que más aleja a la filosofía de las pseudodisciplinas y pseudociencias, pues desde su origen la filosofía trata de combatirlas con el uso de una razón autónoma y soberana que lucha contra la cortina de humo de los dogmas, las supersticiones y la credulidad popular. De ahí que Savater afirme en Las preguntas de la vida que “filosofar no debería ser salir de dudas, sino entrar en ellas”.

Por eso, la próxima vez que visiten una librería, les recomiendo que pasen de largo por las secciones adyacentes a los libros de filosofía y busquen, por ejemplo, la correspondiente Metafísica de Aristóteles. No tienen nada que perder. Pero sí mucho que ganar.

Comentarios

  1. Yo, en cambio, no recomendaría que desdeñasen nada. Precisamente el reto del saber está en buscarlo donde quiera que se esconda, sea en la inescrutable Metafísica de Aristóteles, sea en los libros esotéricos de René Guenón o Krisnamurti, el Mahavarata, la Biblia o el Corán, o sea, aunque sea por poco tiempo, en los Paulos Coelhos y Jorges Bucays. cuando se fomenta el rechazo y la parcelación, esto sí y esto no, no se está fomentando la búsqueda del conocimiento sino se está haciendo promoción de aquellos conocimientos que pretendemos fomentar. Como hacía la Iglesia con su exigencia de ser ella la que tuviese el único derecho a interpretar las Sacratísimas Escrituras.

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