Ese cigarrillo escéptico en los labios (1ª parte)


«Raymond Chandler decía que se podía conocer a un hombre por la manera en que encendía o apagaba el cigarrillo, por la manera de sostenerlo entre los labios o de torturarlo en el cenicero. Albert Camus, Hemingway, William Falkner, Jean-Paul Sartre, Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti no sólo se fotografiaban fumando, sino que hacían fumar a su personajes en casi todas sus novelas o relatos.»
Cristina Peri Rossi, Cuando fumar era un placer


En estos tiempos tan políticamente correctos empieza a resultar poco frecuente encontrar a un actor que se caracterice por su elegancia al fumar. Si uno se detiene a pensarlo, parece demasiada lejana aquella época del cine en la que lo raro, lo desacostumbrado, lo inverosímil, era que los actores no se dejaran llevar por el placer de acompañar sus gestos y sus palabras con un cigarrillo en la boca.

¿Quién no recuerda aquella forma inimitable de fumar que exhibían actores de la talla de Cary Grant, Burt Lancaster, Clark Gable o John Wayne? ¿Y la fragilidad y la seducción que desprenden James Dean o Montgomery Clift en el gesto de sostener despreocupadamente el cigarrillo entre sus labios?

Bastarán algunos ejemplos inolvidables y emblemáticos para despertar nuestra adormilada memoria visual: fumaba el rudo Marlon Brando de aspecto sucio y descuidado de Un tranvía llamado deseo; fumaba el Glenn Ford elegante y trajeado de Gilda; fumaban de forma autosuficiente Robert Redford y Paul Newman en El golpe; fumaba el Gary Cooper desahuciado pero entregado a la causa de Solo ante el peligro; fumaba el Sean Connery que gana a las cartas, impecablemente peinado y con esmoquin, la primera vez que lo vimos como agente secreto contra el Dr. No; fumaba con los ojos achinados por el resplandor del desierto de Almería el Clint Eastwood de El bueno, el feo y el malo.

La lista sería interminable. El gesto de encender un cigarro se ha fundido de tal manera a las imágenes de nuestros actores favoritos que no somos capaces de imaginarlos de otro modo. Como señala Cristina Peri Rossi en Cuando fumar era un placer, “el cine difundió por todo el mundo la imágenes de los vaqueros, los galanes, los gánsteres, los policías, los políticos, los hombres de negocios, lo gobernadores, los presidiarios, los padres de familia, los pordioseros y alguna que otra mujer fumando cigarrillos rubios”.

Las actrices tampoco se han quedado a la zaga respecto a sus compañeros masculinos de reparto. Todo el mundo conoce esa famosa imagen de Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes, con aspecto inocente y aniñada, mientras sostiene una boquilla imposible que termina en un cigarrillo encendido.

Curiosamente, la imagen de la mujer fumadora se ha asociado en numerosas ocasiones al personaje de la femme fatale. Pocas mujeres exhiben esa sensualidad en sus gestos mientras exhalan el humo de sus labios como la seductora Rita Hayworth en Gilda, la pérfida Barbara Stanwyck en Perdición o la intrigante Lara Turner en El cartero siempre llama dos veces.

Y en tiempos más recientes, ¿qué decir de la famosa escena del cruce de piernas de Sharon Stone en Instinto Básico, durante el interrogatorio en el que fuma un cigarrillo de forma provocadora y desafiante, ante los atónitos policías que intentan presionarla sin éxito? ¿Y del sugerente cartel de Pulp Fiction que muestra a una Uma Thurman fría y distante con un cigarrillo en la mano, tirada con tacones encima de la cama mientras descansa de la lectura de una novelucha barata?

Comentarios

  1. Además de con la imagen de esas mujeres de cine fumando, provocadoras y atractivas en el gesto; yo me quedo con el humo y las realidades que se adivinan detrás: vidas de humo.

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    1. Interesante título para un artículo. Hay que tener mucho cuidado con lo que se le dice a un escritor... puede que con el tiempo lo encuentres inserto en algún texto. Después no vale la acusación de plagio.

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  2. Lo políticamente correcto nos está privando de libertad en el arte. ¿Se puede imaginar a Bogart sin su cigarrillo? Hoy no podrían escribirse novelas como "Lolita" o incluso "El Quijote", porque el libro de Cervantes es fundamentalista católico contra el Islam, es machista (el caballero que salva a damas desvalidas), es racista (judíos, moros) es, en fin, reflejo de su época. Hoy lo tacharían de todo eso y ninguna editorial se atrevería a publicarlo.

    Emilio González Déniz

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    1. Es cierto, Emilio. Lo políticamente correcto está destrozando el arte. Y también la espontaneidad. Saludos.

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  3. Si, tienes toda la razón. Siempre nos quedarán en la retina del espectador, esas escenas con las grandes y su elegancia al fumar, que para eso , también es necesaria. Con estas leyes , no hubiéramos disfrutado de la genial Sara Montiel, recostada en su chaise longue , susurrando aquello de " fumando espero al hombre que yo quiero". Así que agradezcamos que las leyes no apagaron las luces del séptimo arte. Un saludo.
    Fátima Melián

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  4. Pues yo discrepo. No discuto tal encanto pues hombre rudo, fuerte, seguro de sí mismo, atractivo, etc.etc. se ha asociado en un pasado con un cigarro en las manos o en la boca. Lo mismo sirve para las mujeres. No obstante podríamos citar mil mujeres y mil hombres que le ponen a uno a cien, que son imágenes míticas del cine y que jamás un cigarro acompañó a su figura. Así que me quedo con el hombre o mujer sin cigarro como acompañamiento erótico o símbolo de una calidad de actor/actriz sin igual.
    Será porque jamás me he imaginado compartiendo un beso con olor a humo. Es posible. Nunca imaginé que un placen tan exquisito pudiera perder sus sabores incomparables a mujer ocultos tras una marca de tabaco: rubio o negro. Un abrazo.

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  5. El anónimo anterior tiene nombre de centenar de lagartos y de silencios en punta de las arenas y de ventayga, el enigma del nemeth. Curiosamente en todas estas historias nadie fuma.
    Un abrazo Rubén

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  6. Yo sé de una editorial que ha pedido una foto de grupo a sus escritores estrella donde no aparezcan botellas. De momento no han encontrado ninguna y van a tener que hacerse una ad hoc. Lo políticamente correcto mata, también, la espontaneidad.

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  7. Si encima de los pocos besos que me tocan, saben a humo, apaga y vámonos. En el cine no hay olores, así que vale. Pero tú, y yo, y el de la esquina, vivimos a este lado de la tela blanca.

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  8. Estoy cada día más convencido de que no fumar ha supuesto una gran dificultad para que yo haya cuajado como escritor. Esas caladas que son pausas, que son reflexión, que son distanciarte del teclado y acercarte a la trama, y volver y acariciar a los personajes con besos de qwerty y darle vueltas a la historia, y respirar profundamente, y mirar por la ventana mientras piensas qué podría ser de él, o de ella, y volver a dejar los dedos sobre las teclas. Y olvidarlo todo sobre el cenicero con la intención de volver. No fumar ha sido una castración.

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