Inventarios (2º parte)


«La inexperiencia como una cualidad de la condición humana. Se nace una sola vez, nunca se podrá volver a empezar otra vida con las experiencias de la vida precedente.»
Milan Kundera, El arte de la novela

En la misma estela de Ortega, afirma Milan Kundera que la tierra del ser humano es el planeta de la inexperiencia, que la vida no es más que un breve experimento en el que no podemos dar marcha atrás, que nunca se podrá volver a empezar otra vida con las experiencias de la vida precedente.

Este hecho ofrece un carácter dramático y elegíaco, un sentido de univocidad y al mismo tiempo de singularidad -algo que supieron enaltecer autores en apariencia tan dispares como Nietzsche, Unamuno e incluso Camus-, que convierte a la existencia en un inesperado y sorprendente acontecimiento, al mismo tiempo que en un cruce de caminos de difícil solución.

Porque si hay algo que no puede brindar una vida que presuma de libre albedrío es de soluciones terminantes y definitivas más allá del mero pragmatismo de cada día, en el que para salir a la calle tenemos que ponernos la máscara de la eficacia productiva.

Si uno se detiene a pensar en todas esas posibilidades que han pasado de largo en su vida, es probable que llegue a la misma conclusión que Walter Benjamin al concebir el supuesto progreso de la historia como un rastro de escombros desechados y olvidados.

De adoptar este punto de vista, un tanto amargo y desasosegante si se quiere, pero desde luego mucho más realista y objetivo que el que trata de imponernos la cultura del éxito y de la meritocracia, en lugar de un conjunto de fechas memorables, la existencia quedaría delimitada por una acumulación de negaciones que evidencian, a veces de forma insidiosa, la dirección que podía haber tomado nuestra existencia, las posibilidades extraviadas. O, como señala Muñoz Molina, las “secretas capitulaciones frente al tiempo” que nos constituyen, tanto o incluso más que los logros conseguidos.

Popper afirmaba que los enunciados científicos proporcionan mucha más información sobre cómo no es el mundo que acerca de cómo es. Así, por ejemplo, el enunciado “todos los limones son amarillos” nos proporciona per negationem mucha más información sobre cómo no son los limones -blancos, azules, negros, etc.- que acerca de cómo son los limones -amarillos-.

Del mismo modo, cabría hacerse la pregunta de cuántas posibilidades hemos olvidado o desechado o abandonado por el camino en algún momento de nuestras vidas por llegar a ser lo que somos, y si esa renuncia ha merecido o no la pena, porque decir “sí” a algo implica siempre decir “no” a otras muchas posibilidades que se descartan automática e invariablemente.

Son preguntas a las que tendremos que responder desde la privacidad silenciosa de una “habitación propia”, como aquella de la que hablaba Virginia Wolf, y desde la sinceridad del que sabe que es inútil engañarse frente al espejo que nos devuelve cada día nuestra imagen.

Quizás convenga tener esto presente a la hora de hacer los inventarios de nuestra existencia para tener en cuenta lo que perdemos, lo que nunca llegaremos a conseguir, lo que ya se encuentra demasiado lejos de nuestro horizonte como para conseguirlo, pues uno nunca sabe en qué esquina del tiempo puede surgir lo inesperado, la oportunidad que en el fondo de nuestro corazón todos estamos esperando. Puede que no volvamos nunca a esa habitación vacía de la que salimos.

Comentarios

  1. ¡Y yo que toda la vida he pensado que lo que eran los limones era verde! El amarillo de los limones es un verde melifluo que delata la ancianidad del limón frente al categórico verde de su infancia y adolescencia. El amarillo es el color de la muerte del limón.
    Hay que sospechar de todo nuestro mundo porque lo que vemos es una interpretación de ese mundo con respecto a nosotros. Considerar el color de un limón amarillo porque es cuando nos resulta más sabroso comérnoslo -echarle su zumo al pescado más bien, o a la ensalada- es un ejemplo. Sobrecargar la vida con todas esas consideraciones es otra de esas interpretaciones antropocentristas que tienen como contraste otras interpretaciones como la de Alberto Caeiro

    Bastante metafísica hay en no pensar en nada.

    ¿Qué pienso yo del mundo?
    ¡Yo qué sé lo que pienso del mundo!
    Me pondría a pensarlo si enfermara.

    ¿Qué idea tengo de las cosas?
    ¿Qué opinión es la mía sobre causas y efectos?
    ¿Qué he meditado sobre Dios y el alma
    y sobre la creación del Mundo?
    No sé. Pensarlo es para mí cerrar los ojos
    y no pensar. Es correr las cortinas
    de mi ventana (que no tiene cortinas).

    ¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo qué es el misterio!

    El único misterio es que haya quien piense en el misterio.

    Caeiro piensa que pensar solo se hace cuando se está enfermo. Cuando eres una cosa que vive no ha lugar a pensar sino a vivir, a admirar lo que ves y sientes y vives sin pensar en lo que pudo haber sido si no... Es una sabia enseñanza que te hace dar cuenta de que cuando pensamos es porque algo ha ido mal, cuando hemos enfermado. Y ciertamente muchos sentimos que la nuestra es una sociedad enferma.

    El hombre que se detiene y medita sobre lo que no ha podido ser es un hombre insatisfecho de lo que es. Pero aún esa meditación es errada o vacía si no lleva a ser otro a partir de ese mismo instante. Lástima que a menudo sabe más de lo que no ha sido que de lo que quiere ser y esa es fuente de mucha metafísica también. En cuanto a lo que es, esto, ¡siempre es tan poco!

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    1. Rematando a posteriori
      En cualquier caso lo importante, realmente, es afirmarse en la decisión de hoy. Al final parte de la autosatisfacción, y gran parte, diría yo, está en la sensación de que uno ha dado los pasos que ha elegido dar. Solo entonces asume con responsabilidad, aunque no sea con satisfacción si hubo errores, su situación actual. El quejicoso es el que tiene la sensación de no haber decidido, sino de haberse dejado llevar por las corrientes de las circunstancias sin siquiera empuñar su remo (de pronto me vino la imagen de los descensos por los rápidos en frágiles barquichuelas).

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