El descrédito actual de la política (2ª parte)



«No todo queda arreglado, en efecto, con la pura pasión, por muy sinceramente que se la sienta. La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una “causa” y no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción.»
Max Weber, “La política como vocación”


Se ha convertido en una costumbre deprimente, demasiado reiterativa, el gesto de abrir el periódico por las mañanas, hojear rápidamente las páginas de política nacional, y encontrarse casi siempre con una riada de noticias sobre escabrosos casos de corrupción: tráfico de influencias, malversación de fondos, cohecho, enriquecimiento ilícito, y una colección de iniquidades que ponen bajo sospecha la dignidad y la honradez de buena parte de nuestros políticos, cuyas tácticas mafiosas recuerdan en más de una ocasión a las de aquellas películas de gánsteres.

Unos penosos acontecimientos difíciles de justificar bajo cualquier circunstancia, pero mucho más en una situación de crisis como la que la sociedad arrastra desde hace ya varios años, y en la que se nos pide a los ciudadanos cada vez más esfuerzo, más austeridad, más constricción.

Hay que tener mucha desfachatez, hay que ser muy cínico, hay que poseer una personalidad muy hipócrita y miserable, como un Dorian Gray que acumula lo peor de sí mismo en un cuadro que nadie llega a contemplar, para atesorar un caudaloso patrimonio personal al tiempo que se alecciona a la ciudadanía, mientras no pocas familias son incapaces de llegar a final de mes y otras muchas sufren serias privaciones para lograrlo.

Los ciudadanos deberíamos mostrar más que nunca nuestra firmeza y nuestro rechazo ante estos comportamientos fraudulentos de buena parte de nuestros políticos. El mensaje debería ser alto, claro y contundente: se impone un cambio radical y sin retorno en la manera de hacer política.

Desde Platón y Aristóteles hasta John Rawls, pasando por Kant y Marx, esa otra forma de hacer política está indisolublemente ligada al comportamiento moral, a la ética, algo que los políticos actuales parecen haber olvidado con demasiada ligereza.

En su conferencia “La política como vocación”, Max Weber señaló que las tres cualidades más importantes de un político son la pasión, la responsabilidad y la mesura: “pasión” en el sentido de “entrega a una causa, al dios o al demonio que la gobierna”; “mesura” como la “capacidad de dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas”. Asimismo afirmó que las decisiones de un buen político deben regirse por una “ética de la responsabilidad”, que tenga en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción, además de una “ética de la convicción”, basada en creencias o en ideales con pretensión de universalidad.

No basta con tener convicciones personales que pretendan alcanzar el proyecto de una sociedad más justa e igualitaria. Como se suele decir, “de buenas intenciones está empedrado el cielo”, y desgraciadamente la historia está plagada de ejemplos en los que buenas intenciones dieron paso a resultados catastróficos. También es necesario evaluar detenidamente las consecuencias de las acciones, para comprobar si el bien que se intenta conseguir va a causar un daño colateral, o simplemente si esas consecuencias son las adecuadas en una circunstancia concreta.

Tras leer esta conferencia de Weber uno llega al convencimiento de que no hay mejor crítico de la política que un auténtico político, y que los problemas de la democracia se solucionan con una profundización en la propia democracia.

Ahora que nos encontramos en plena campaña electoral, los ciudadanos tendríamos que preguntarnos seriamente cuáles de nuestros políticos actuales cumplen todos los requisitos señalados por Weber. Cuáles de ellos merecen realmente ser elegidos en las próximas elecciones.


[Imagen: Max Weber]

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