La influencia de la literatura



«Durante cuatro siglos, los lectores de ficción en prosa hemos sido hijos de ese licenciado: durante cuatro siglos hemos suspendido la consabida incredulidad, nos hemos dejado secuestrar por un mundo donde los perros hablan, y al final hemos salido al mundo real trayendo con nosotros mercancías que nunca hemos sabido justificar demasiado bien, transformados de alguna manera pero sin saber explicarnos esa transformación.»
Juan Gabriel Vázquez, El arte de la distorsión


Resulta muy difícil imaginar cómo sería nuestra percepción del mundo sin todos aquellos libros que hemos leído, sin todas esas historias reales o inventadas que llevamos en nuestro equipaje de experiencias, a menudo sin ser plenamente conscientes de ello.

Marx afirmó que la “infraestructura” determina la “superestructura”, que las condiciones materiales de producción de la sociedad establecen la forma de pensar de los individuos, pero uno no puede dejar de preguntarse qué hubiese sido de nosotros, de nuestra forma de concebir lo que nos rodea, de sentir y de observar, de clasificar y de ponderar, de aceptar y de rechazar, de querer y de odiar, de recordar y de olvidar, sin aquellos libros que han conseguido modificar por un motivo o por otro, para bien o para mal, pero para siempre y sin remedio, nuestro discernimiento.

Resulta muy difícil imaginar cómo hubiese sido nuestra vida sin haber tenido nunca noticia de familias condenadas a no tener una segunda oportunidad sobre la tierra, sin haber sentido la angustia de despertar un día convertidos en un horrible insecto en medio de una ciudad agobiante, o sin haber comprendido la cuota de absurdo de una existencia sin dioses en la que cada uno debe fabricar su propio destino.

En un delicioso ensayo titulado “Los hijos del licenciado: para una ética del lector”, el escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez señala que los lectores actuales somos herederos de aquel personaje inolvidable creado por Cervantes, un individuo trastornado por su pasión lectora: “El lector ideal de Cervantes era alguien capaz de abandonarse a la potencia y a la inteligencia del artificio”.

Esa pasión lectora nos ha venido dominando, subyugando, trastornando un poco más si cabe a lo largo de los años y de los siglos, modificando nuestra visión de las cosas, como los “paradigmas” de Kuhn condicionan la actitud con la que el científico se enfrenta al mundo que pretende desentrañar.

Como la del científico de Kuhn, que observa el mundo desde los parámetros que le marca el “paradigma” en el que se encuentra, nuestra mirada no es inocente ni ingenua, sino que hemos aprendido a observar desde la experiencia extraída de las páginas que hemos devorado con fruición, de las vidas que no hemos podido vivir en carne propia pero que hemos conocido gracias a la literatura.

Nadie permanece impasible ante la lectura de un libro capaz de cambiar para siempre nuestra percepción de las cosas, igual que nadie es capaz de sumergirse en las aguas del mismo libro dos veces. Se trata de la magia y del hechizo que solo la literatura hace posible.

Por eso, sin dudarlo un instante, volveremos a sufrir con aquellas familias condenadas a cien años de soledad, a ver el mundo cruel e inhóspito desde la mirada estupefacta de alguien convertido en un terrible insecto, o a buscar el sentido de la existencia desde la fría soledad de un Sísifo encadenado a la piedra de su propio destino.

Porque somos también un poco de todo esto que nos ha permitido llegar hasta aquí. Somos receptores de una tradición que nos interpela a cada paso que damos y que espera de nosotros mucho más que el hecho de pasar de puntillas sobre ella.

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