Parece increíble (1ª parte)



«No se busca un cuaderno porque se sienta la necesidad o el deseo de escribir algo. Se escribe algo porque se tiene un cuaderno, porque su forma y sus hojas en blanco nos despiertan el deseo de escribir, de anotar, de descubrir.»
Antonio Muñoz Molina, La vida por delante

Es ahora cuando por fin uno se ha impuesto la tarea de utilizar cuadernos de notas para tomar apuntes, y no porque antes no los tomara en abundancia, casi en cualquier parte y a todas horas, sino como un intento de mantener parcialmente estructurado lo que siempre tenía la apariencia de una suma de partes desorganizadas e inconexas, como si fuese una especie de esqueleto desmembrado.

Antes uno tomaba apuntes en hojas sueltas que reutilizaba por la cara que no estaba usada o impresa, como una forma de reciclar el papel sobrante, y también como una manera explícita de quitarle valor e importancia a lo que posiblemente no llegaría a convertirse en un texto acabado.

Las hojas emborronadas se iban acumulando en la mesa de trabajo como los sucesivos estratos geológicos de una montaña, o se perdían en medio de una vorágine incontenible de papeles y de libros, de borradores sin terminar, de artículos fotocopiados o impresos, de recortes de prensa, de carpetas abarrotadas con apuntes y manuscritos.

Pero desde hace un tiempo, impelido por las necesidades que demandan los proyectos a largo plazo, uno se obliga a usar estos cuadernos de notas que tienen algo de diario de trabajo, pero también de itinerario recorrido, de registro de lecturas, de vaciadero caótico de ideas.

Onetti tenía la costumbre de escribir sus libros en las hojas de las viejas agendas que le regalaban los amigos. En una ocasión, el editor de Alfaguara en aquella época, Juan Cruz, le pidió que escribiese en una de ellas el comienzo de su novela Cuando ya no importe, con la intención de aprovechar ese manuscrito para una posible portada del libro.

A pesar de su fama de cascarrabias, Onetti accedió de buena gana y comenzó a escribir los párrafos iniciales de su novela: en hojas desgastadas y un poco amarillentas, con la letra picuda y desordenada de una caligrafía catastrófica, apenas sin espacio entre las palabras, podemos leer uno de esos comienzos tan demoledores a los que Onetti era tan aficionado.

Casi sin querer, con el paso del tiempo uno ha ido acumulando cuadernos de todos los tipos y de todos los formatos. Se van amontonando inopinadamente en uno de los cajones abarrotados del escritorio, por afán de coleccionismo o por pura incontinencia acumulativa, por el capricho de entrar en una suntuosa papelería y llevarse a casa un trofeo codiciado.

En el cajón hay cuadernos que tienen una apariencia como de diario sofisticado, de tapas duras tapizadas en cuero envejecido, con los bordes primorosamente adornados de filigranas y un ligero olor a humedad y a resina, tan característico del papel aún sin estrenar. Otros, en cambio, tienen un aspecto más desenfadado y caben en la pequeña mochila que uno suele llevar a todas partes, como si fuese un reportero en busca de una noticia inesperada.

Hay cuadernos forrados en corcho, con el lomo irregular y rugoso, elaborados con el cuidado y la dedicación que poseen las artesanías típicas de Oporto. O con la cubierta flexible, perfectamente disimulable, que se adaptan sin dificultad a cualquier espacio pequeño, como el bolsillo de un pantalón o el interior de una chaqueta de invierno.

Los hay con las hojas completamente en blanco, escrupulosamente impolutas, tanto que casi da un poco de pudor empezar a escribir en ellas, como las de esas libretas tan caras que te regalan el día de tu cumpleaños; o de un color ligeramente ahuesado, como las páginas de los libros impresos; o pautadas con largas rayas negras, como si fuesen un enorme pentagrama en el que dibujar las notas musicales de una partitura.

Aunque si uno tuviese que elegir, sin duda los cuadernos preferidos son aquellos que poseen al final un compartimento para guardar tarjetas de visita o papeles sueltos, con un hilo grueso que hace las funciones de marcador de páginas, con una cinta elástica en el borde que sirve para sujetar un pequeño bolígrafo.


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