Parece increíble (2ª parte)



«Sabemos bien que toda obra ha de ser imperfecta, y que la menos segura de nuestras contemplaciones estéticas será la de aquello que escribimos. Pero imperfecto es todo, y no hay ocaso tan bello que no pudiera serlo más aún, o brisa tan leve que nos produzca sueño que no pudiera darnos un sueño todavía más tranquilo.»
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego


Uno coge al azar uno de estos cuadernos que ya han sido utilizados, con las puntas de las tapas un poco sucias y desgastadas por el uso, por los espacios estrechos en los que ha sido guardado, y repasa con asombro sus hojas repletas de tachaduras, de atropelladas correcciones entre líneas, de palabras profusamente subrayadas, de círculos que encierran conceptos o temas importantes, de anotaciones escritas verticalmente en los márgenes, de grandes paréntesis con párrafos implacablemente desechados, de flechas que conducen la mirada hacia sitios insospechados.

Uno repasa las páginas cuidadosamente numeradas de este cuaderno, y contempla ensimismado el imprevisible devenir del pensamiento, el esfuerzo materializado a lo largo de tantas horas de trabajo, los esquemas siempre provisionales e insuficientes, con la letra enjuta y menuda para poder expresar la mayor cantidad de ideas en el menor espacio posible; los dibujos garabateados con el pulso tembloroso del que está poco acostumbrado a esos menesteres; los títulos evocadores que debieron tener algún significado importante en el momento en el que fueron escritos; los grandes espacios en blanco después de una larga digresión, como si se hubiese dejado deliberadamente ese hueco para realizar anotaciones posteriores; las ideas que se quedaron sin perfilar, huérfanas de un desarrollo más profundo y acabado; las abundantes notas a pie de página, que se prolongan inesperadamente en las páginas siguientes; los pequeños recortes de periódicos y de libros fotocopiados, que debieron de parecer útiles o interesantes para la historia que tratábamos de hilvanar.

En las primeras páginas del cuaderno, puede que en un arrebato de inspiración o de entusiasmo por el proyecto que uno estaba a punto de empezar, aparece la siguiente reflexión: “Uno compra un cuaderno de notas con la esperanza, un tanto ingenua y pueril, de que le ayude a encontrar las palabras apropiadas para describir ese viaje a lo desconocido que es la literatura”.

A continuación hay una cita del Libro del desasosiego que aparece reproducida al principio de este artículo y que, como una especie de oráculo sagrado o de mantra milenario, seguramente pretendía orientar ese viaje. Fernando Pessoa como compañero de ese viaje a lo desconocido, y el Libro del desasosiego como una especie de guía espiritual, de devocionario pagano o de recordatorio de lo imprescindible.

En la página número doce hay una pequeña cita, perteneciente al libro de Tabucchi Viajes y otros viajes, sobre el Cemitério dos Prazeres de Lisboa: “Las lápidas son sobrias; la arquitectura de las capillas, discreta; la hierba de los prados, impecable; y la paz, obviamente, eterna. El placer, aparte de las vistas de un soberbio panorama del Tajo, consiste en demorarse ab libitum en un banco del paseo de cipreses sin ser molestado, más allá de la metáfora, por alma viva”.

Al lado de esta descripción, se puede leer el siguiente apunte propio: “No deja de resultar asombroso y al mismo tiempo paradójico que un espacio vedado a la memoria de los muertos tenga un nombre tan decididamente carnal”. Y un poco más abajo, cerrado entre corchetes muy grandes, como para resaltar el contenido que custodia en su interior: “Sería interesante comparar la placidez de este cementerio con la majestuosidad de Montparnasse o con el caótico desorden del cementerio judío de Praga”.

Sin saber ahora muy bien el motivo, en uno de esos párrafos elegidos al azar, escritos con una letra más ilegible y nerviosa de lo habitual, aparecen subrayadas las palabras “óxido” y “carcoma”, y también “aprendizaje del desarraigo”. Al final de otra página hay varias referencias sobre libros y películas que nunca nos molestamos en rastrear.

Más adelante, en otra página, hay una reflexión que uno ni siquiera recuerda haber escrito: “Resulta difícil establecer si las cosas que pensamos tienen más influencia en las cosas que hacemos o si las cosas que hacemos tienen más influencia en las cosas que pensamos”. Y en otra página, en medio de un texto más largo, también encerrada entre llamativos corchetes, podemos leer lo siguiente : “Igual que los viajes, la literatura es también la constatación de que la vida no nos basta”. O también: “Poner los pies en el mismo escenario durante toda la vida es una costumbre peligrosa, una experiencia limitada de la existencia”.

Uno contempla esa amalgama de notas, de impresiones recogidas al azar, de apuntes improvisados o decididamente meditados, de citas de autores, como si hubiese sido otra persona y no uno mismo el artífice de este laberinto de palabras en el que trata de orientarse, y le parece increíble que pueda salir un texto, no ya coherente y ordenado, sino al menos legible, de semejante desorden.


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