Ese individuo bajito con gafas de pasta



«En mi sistema de valores, que a alguien le guste Shakespeare, Bach, el fútbol, o los amaneceres, no es una virtud. Es algo neutro, tal vez una suerte. Que a alguien le gusten las películas que Woody Allen lo considero una señal de virtud. Creo que las personas a las que les gustan las películas de Woody Allen hacen el mundo más confortable».
Iñaki Uriarte, Diarios 2008-2010


Desde hace algún tiempo se ha convertido en un lugar común considerar a Woody Allen un cineasta cuya inspiración ha menguado considerablemente, un creador que se encuentra en las horas más bajas de su trayectoria profesional, en un estado de inercia o de circularidad repetitiva que plagia indisimuladamente los argumentos de sus trabajos anteriores.

Y eso en el mejor de los casos, porque en el peor de ellos se afirma abiertamente y sin tapujos que su carrera está prácticamente desahuciada, se valoran sus últimas películas como “obras menores” y se considera una mera cuestión de tiempo que el público le dé definitivamente la espalda.

En este sentido, a Woody Allen parece haberle caído la misma maldición -salvando las diferencias, claro- que a Vargas Llosa, al que buena parte de la crítica especializada considera un escritor cuyo momento de gloria también pasó hace ya mucho tiempo y que, por mucho que las magníficas campañas de publicidad de las editoriales se empeñen en lo contrario, el Nobel peruano ya no volverá a entregar a la imprenta novelas tan deslumbrantes como en su momento lo fueron -y lo siguen siendo- La ciudad y los perros, La casa verde, La tía Julia y el escribidor, Conversación en la Catedral o La fiesta del Chivo.

En ambos casos resulta habitual que el público espere la presentación de sus últimas creaciones para refrendar sus propios prejuicios al respecto y proclamar a los cuatro vientos algo así como “ya no es el que era” -como si fuese fácil y al alcance de ellos llegar siempre a las cuotas de “obra maestra”-, o “hace tiempo que no es el mismo” -como si tuviesen la obligación de deslumbrar a todos por igual con sus nuevas creaciones-, o “está viviendo de las rentas” -como si fuese obligatorio que todo lo creado posteriormente tuviese que estar a la altura de sus trabajos más memorables.

El problema de haber conseguido culminar una o varias obras maestras es que cualquier trabajo posterior siempre va a salir perdiendo en comparación con aquellas. En el caso concreto de Woody Allen, parece que cualquiera de sus nuevas películas nunca va a estar a la altura de títulos tan emblemáticos como Annie Hall, Manhattan o Desmontando a Harry, por citar solo algunos de ellos.

Uno menciona todo esto a propósito del estreno hace poco de Irrational men, una película que gira en torno a la culpa, o a la ausencia de ella, una cuestión que Woody Allen ya había desarrollado en trabajos anteriores como Mach Point, Scoop y, sobre todo, El sueño de Casandra.

No parece tratarse de una mera repetición sobre un tema gastado, como afirman sus detractores más tenaces, sino más bien de un enfoque diferente que añade nuevos matices, desde un punto de vista diferente, a los que ya se conocían dentro de su filmografía, y al que se le añaden algunas consideraciones muy enjundiosas sobre la posibilidad de cometer el “crimen perfecto”, algo con lo que también experimentó Hitchcock en varias ocasiones.

Así que aquellos que lo acusan de “cineasta en horas bajas” o de “autor que se repite a sí mismo”, parecen olvidarse con demasiada facilidad de la enorme productividad de un cineasta que sigue dirigiendo una película al año, con total independencia respecto a la deriva más comercial de Hollywood, y de que las obsesiones de un creador dotado de un estilo propio -esto es, uno que no se limita a hacer productos por encargo- suelen ser casi siempre las mismas -por ejemplo, el crimen en Hitchcock, los trasuntos de la mafia en Scorsese o la heroicidad de los perdedores en el último Eastwood-, pero tratadas desde perspectivas diferentes.

Y la verdad, tal y como está el panorama cinematográfico, con esta crisis de inspiración generalizada que parece haberse extendido como un virus por muchos estudios, antes de perder el tiempo con afamados directores que supuestamente se encuentran en sus horas más altas, sigue siendo preferible otra película más de ese individuo bajito con gafas de pasta.

Comentarios