El mismo disco rayado de siempre



«Tengo más bien la convicción de que ejercitar el pensamiento, las enseñanzas del pensamiento ajeno y el libre juicio y despertar esta práctica en los demás es como tal un eminente quehacer político.»
Hans-Georg Gadamer, La herencia de Europa


Desde hace ya bastante tiempo uno no puede evitar que se le dibuje una sonrisa escéptica al escuchar de alguno de nuestros representantes en materia educativa con expresiones grandilocuentes como “vamos a sanear la educación” o “con esta nueva reforma conseguiremos acercarnos a Europa”, y otras muchas por el estilo que no hacen más que enmascarar lo que se ha convertido en un problema tristemente enquistado y de complicada solución: la depauperación progresiva de la enseñanza.

El consabido Informe Pisa que se realiza cada cuatro años -ese “infierno tan temido”, como reza el título de uno de los relatos de Onetti-, no hace más evidenciar lo que es un secreto a voces para todos aquellos que tienen un mínimo de sentido común: que España se encuentra a la cola de los países de la OCDE (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) en lo que se refiere a la adquisición de las herramientas y capacidades básicas para afrontar la vida por parte de nuestros estudiantes.

Las noticias que nos llegan del estamento universitario no parecen ser más halagüeñas: en un ranking académico de las mejores universidades del mundo -el World University Ranking del año 2015, elaborado anualmente por la consultora Quacquerelli Symonds-, España no conseguía incluir ninguna de las suyas entre los cien mejores puestos. La primera universidad española del mencionado ranking aparecía en un discretísimo puesto 166 de la lista -la de Barcelona-, seguida de la Autónoma de Madrid -puesto 186 de la lista- y de la Autónoma de Barcelona -puesto 190 de la lista.

Eso por no mencionar los consabidos problemas de masificación y de indisciplina en las aulas, la insuficiencia de ayudas para el estudio, la escasa o nula motivación del alumnado ante unas expectativas laborales nada esperanzadoras, el desgaste y la falta de reconocimiento que sufre continuamente el profesorado o la exasperante incompetencia de las administraciones, que suelen ser algunas de las dificultades más recurrentes y acuciantes del panorama educativo.

Con una reforma educativa actualmente en fase de aplicación -y también de prueba, no nos olvidemos-, ninguno de los agentes educativos es capaz de predecir qué es lo que va a ocurrir a corto o a medio plazo con ella: si la nueva ley que ya se está aplicando en varios de los niveles educativos, la LOMCE, conseguirá revertir o al menos paliar algunos de los problemas mencionados anteriormente -y muchísimos otros igual o más preocupantes, como la cada vez más escasa implicación de las familias en la educación de sus hijos-, o si la implantación forzada de esta ley va a ser otro nuevo ejemplo para demostrar aquella sentencia de Leopardi, que sostenía que a menudo las cosas cambian para que todo siga igual. Quizás no sea así, pero el ruido de tambores que nos llega desde todas partes no presagia nada bueno.

Ahora parece que la enseñanza bilingüe y el uso de las nuevas tecnologías son las dos soluciones más reverenciadas por las autoridades educativas, que las enarbolan a los cuatro vientos como los nuevos estandartes de los tiempos que corren, y a aquellos que no comulgan con ellas o las observan desde la distancia de forma escéptica, los convierten automáticamente en personas sospechosas de tibieza, en el mejor de los casos, o de falta de compromiso, en el peor de ellos.

Poco importa si se hace en la lengua materna o en el idioma del nuevo imperio comercial y económico; si se consigue mediante una simple tiza y los apuntes de toda la vida o con ultramodernas pizarras digitales. Desde Sócrates o Platón hasta Sartre o Gadamer, la razón de ser de la educación no ha cambiado un ápice a lo largo de tantos siglos: transmitir un poco de entusiasmo por lo que se hace y por lo que se dice. Algo que nuestros actuales responsables en materia educativa parecen haber olvidado en aras de una modernización que, inevitablemente, suena al mismo disco rayado de siempre.


Comentarios

  1. Lo que ya creí que nunca vería (o mejor, leería): Rubén filosofando sobre política educativa! Muy bien dicho, pero filosofar es precisamente lo que no les gusta a quienes deciden sobre la materia.

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