Entrevistas sin alma



“Senderos, otros senderos, sabiendo que ninguno puede agotar enteramente el acceso al conocimiento del entrevistado. Lo que aquí propongo es uno diferente: acceder, en este caso al escritor, hablando ocasionalmente de literatura, más que nada para entablar el diálogo. Se trata de ver en qué medida e intensidad lo aparentemente superfluo se convierte en el polen de la criatura creadora”.
Rodolfo Braceli, Escritores descalzos


La escena es de sobra conocida: uno abre cualquier periódico y lee una entrevista realizada con una insípida colección de preguntas gastadas como monedas antiguas, repleta de lugares comunes que muy poco o casi nada tienen que ver con la idiosincrasia de la persona entrevistada.

Tomemos, por ejemplo, el caso de la literatura y de los escritores. Como lector habitual de entrevistas, uno no puede evitar que se le caiga el alma a los pies cuando el entrevistador de turno le pregunta al escritor de qué trata su libro, o qué es lo que pretendía expresar con él, como si el hecho de leerse el libro sobre el que versa la entrevista fuese un exceso imperdonable en estos tiempos de inmediatez y de comodidad tecnológica.

Y es que la promoción de los libros que salen al mercado parece haberse convertido en el motivo más frecuente (casi exclusivo) para hacer esas entrevistas sin alma cuyas preguntas son casi siempre las mismas, con independencia de quien se siente al otro lado de la grabadora.

En estos tiempos en los que la red te permite obtener casi toda la información necesaria para realizar una entrevista a alguien del que no se sabe nada, es cierto que no todos los profesionales hacen un mero pastiche, un “corta y pega” de urgencia para salir del paso. Entre los actuales medios de comunicación existen honrosas excepciones que ennoblecen el oficio de entrevistador y el arte de entrevistar. Dentro de esas honorables excepciones, es probable que el caso de la revista Hot Down sea uno de los más emblemáticos.

Hot Down Cultural Magazine, o simplemente Hot Down, comenzó a publicarse en el año 2011. Hasta donde uno sabe, empezó teniendo una versión en línea y otra en papel que se publicaba trimestralmente. Desde octubre de 2015 Jot Down llegó a un acuerdo con el periódico El País para la publicación de una versión mensual de la revista que se llama Hot Down Smart con un contenido reducido, pero no por ello menos interesante que el de su matriz de procedencia.

En Canarias, la Hot Down original, al margen de la que se comercializa con el periódico, es una publicación muy difícil de conseguir (los libreros y los vendedores de periódicos no suelen saber nada sobre ella), pero en Madrid y en Barcelona se encuentra en casi todas las librerías.

Para tratarse de una revista cultural, la primera vez que la vi me pareció una publicación bastante desproporcionada y un tanto cara (15 euros para una revista de este tipo es un precio considerable, casi equiparable a la edición de gala de muchos libros y muy superior al de las ediciones de bolsillo), pero aun así acabé comprándola porque me llamó la atención la singularidad de su formato: sus provocativas propuestas artísticas; su atractivo estilo entre alborotador y serio; su diseño un tanto retro en blanco y negro; sus icónicas fotografías de directores, de actores y actrices de cine; su raro eclecticismo que sabe mezclar sabiamente la liviandad y la profundidad de sus textos.

Aquel era el número 5, fechado en octubre de 2013, con una portada muy sugerente: en ella se ve a un Woody Allen todavía a comienzos de su dilatada trayectoria, aquellos años en los que dirigía películas hilarantes y disparatadas (y al mismo tiempo tan innovadoras) como Toma el dinero y corre o Bananas, mirando a la cámara de soslayo, con ese gesto tan suyo de pícaro entre disimulado y explícito, al lado de una joven afroamericana completamente de espaldas a la cámara, de una figura escultural que le saca casi una cabeza al escuálido Allen, tan disminuido y minúsculo ante una mujer de semejantes proporciones, con el peinado al estilo setentero, la blusa bien ajustada a su cuerpo, los hombros hacia atrás en un gesto de modelo profesional, la minifalda de flecos sueltos, la cintura apretada, las piernas finísimas y largas, la coquetería del bolso o de una bolsa de compra colgando de una de sus manos recogidas. Ambos, escultural modelo y cineasta famoso, cruzando una calle cualquiera en un cruce de Manhattan.

Solo aquella portada era motivo suficiente para llevarse la revista a casa. Pero es que después de haber leído con fruición sus 315 páginas, inmediatamente lo pagado por el volumen dejó de parecer desmesurado para pasar a ser un precio bastante razonable respecto a la calidad de sus reportajes, de sus incisivos artículos de opinión y de sus entrevistas en profundidad.

Aquel número incluía una entrevista a Javier Cercas de 12 páginas (¡12 páginas!, algo que en otras revistas culturales sería actualmente muy extraño y, en cualquier semanario, impensable) que no tenía desperdicio: amena, clarificadora, entretenida, alejada de los tópicos y de los consabidos criterios promocionales.

Y es que se suele olvidar con demasiada frecuencia que, en esencia, cualquier entrevista constituye una interpretación que persigue el objetivo de que el Otro se muestre como Otro en sus propias palabras, sin dañinas tergiversaciones, ni reduccionismos simplificadores, ni trivializaciones gratuitas. O como diría Gadamer, una conversación que deje algún tipo de huella en nosotros por el hecho de haber encontrado en el Otro algo de nuestra experiencia del mundo.






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