Esta semana presentamos en Viaje a Ítaca una reseña sobre La tentación del fracaso, de Julio Ramón Ribeyro, titulada "Consignar lo irremediable".

Comentarios

  1. Me ha gustado mucho la reseña. Además de atraer la atención sobre la obra de Ribeyro, plantea muchas claves e ideas interesantes acerca de la importancia de los diarios íntimos. Aunque creo que las características que propone Ribeyro para estos en la «poética de los diarios» están inspirados por el desánimo y no dan todas las razones necesarias o exclusivas para ejercitarse en un diario; es verdad que un estado de ánimo dolorido necesita una válvula de escape, por la que fluirán intensamente los sentimientos, pero también hay otros estados de ánimo y otras búsquedas que necesitan liberarse a través de la escritura. La vida es una cuestión abierta, demasiado compleja y rica para contemplarla bajo la simplificadora bicromía de blancos y negros, de éxitos y fracasos. ¿Un prodigio de hipocresía?, yo diría que la sinceridad es uno de los rasgos capitales del diario íntimo, es una confesión a uno mismo (creo que son contradictorias las dos primeras características propuestas). ¿Y la soledad?, que no siempre es un sentimiento, también puede ser un gusto o incluso un privilegio. En cualquier caso la reseña despierta un buen interés por el libro. Ha sido una lectura provechosa, como toda la que te deja pensando o sintiendo, y tal como suele ser tu norma, Rubén.

    Una fantasía mía: la escritura de diarios debería ser considerada asignatura obligatoria en los colegios, enseñar a expresar lo que uno piensa y siente, dar un empujón inicial para que luego acabe convirtiéndose en una práctica habitual, una acumulación de datos donde cada uno se descubra con el paso del tiempo; eso ayuda a formar a la persona, ejercitándola en su descripción e interpretación de su realidad inmediata: la cotidianidad, el entorno, las personas y lo que sentimos, es decir, aprender a profundizar en la vida y a tomar consciencia y control de uno mismo, y en consecuencia, plantearse por uno mismo las soluciones y actitudes ante el filosófico problema de existir.

    Saludos.

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    1. Hola Pedro:
      Me alegro mucho de que te haya gustado la reseña. Y de que me sigas también en estas páginas virtuales. No tenía noticias de ti desde que puse fin a mi colaboración con el C7 a principios de este año. Con independencia de la predilección de cada uno por el género de los diarios, y del grado de acuerdo o desacuerdo con lo que menciona Ribeyro, lo cierto es que su lectura es una maravilla. Para mí ha sido un gozoso descubrimiento, y así es como me gusta compartirlo con los demás cada vez que hago una reseña.
      En cuanto a la utilización de los diarios, alguna vez de escuchado que se utilizan en ciertos tipos de terapias, como una forma de introspección y de autoconocimiento, como tú sugieres en tu comentario. No sé si dejarían instaurarla como asignatura obligatoria (ya sabemos cómo está la educación últimamente), pero como una práctica literaria me parece muy interesante. Hay muchas novelas, además, que tienen forma de diario: la primera que me viene a la cabeza es "Cuando ya no importe", de Onetti, una maravilla literaria, como todas las de Onetti, aunque un tanto desordenada e incoherente. Onetti es uno de esos grandes escritores que escribía "mal" demasiado bien, no como otros autores, que escriben "bien" demasiado mal. Un saludo muy fuerte, y reitero mi alegría de encontrarte por estas páginas.

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    2. El agradecimiento es mío, Rubén. En realidad también soy visitante asiduo de este blog, pero menos participativo; encuentro enriquecedor lo que escribes, siempre aprendo; y de vez en cuanto me animo y dejo algo en los blogs que sigo, es mi forma de agradecer lo que leo, dejar constancia a quien escribe de que alcanza una conciencia y la mueve. En tu blog siento añoranza de mis tiempos de instituto, de las clases de Filosofía y Literatura; me animas el deseo de aprender, de crecer.

      Eso de escolarizar los diarios no era más que una fantasía mía. Ni si quiera tiene que ser labor de los colegios, puede ser cuestión del ámbito familiar o incluso de modas sociales (recuerdo un libro de memorias sobre la Primera Guerra Mundial, donde el autor describía el estado de un frente de trincheras enemigo tras una ofensiva y una de las cosas que más le impresionó fueron los diarios y sus hojas desparramados en medio de aquella triste desolación; una moda en la que él mismo se vio reflejado, pues aquellas podían haber sido sus páginas). Cierto que es una práctica sana, porque se trata de tomar consciencia de las cosas íntimas de uno, profundizarlas un poco ayuda a mejorar la flexibilidad de los puntos de vista y en consecuencia a resolver problemas, muchos de ellos en el ámbito psicológico, es una forma de higiene mental. El diario íntimo plantea un mirarse en un espejo, una búsqueda, una sanación. Seguramente el mundo sería mejor lugar si fuéramos más conscientes de todo lo que nos rodea, de nuestros propios actos y de las personas, y tanto la escritura como la lectura ayudan.

      Alguien podría decirme que la escritura-lectura no son remedios universales, ¿acaso Hitler no escribió un libro? El papel sirve para grabar información, el él cabe de todo, sentimientos y obsesiones, conocimientos y dogmas, experiencias y excrecencias. ¿Cómo diferenciar lo útil de lo inútil, lo bueno de lo malo?, maravíllate, pregúntate por qué el cielo es azul, y desconfía de quienes no se lo plantean, de quienes no buscan respuestas, de quienes sólo son inercia de la materia. ¿Lo útil, lo bueno?: maravillarse de la vida.

      Saludos.

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    3. Creo que todos los blogueros, en mayor o menor medida, hacemos algo parecido en los blogs que solemos seguir: dejar constancia de nuestra presencia como lectores; de alguna manera, comunicarle al otro que su esfuerzo no ha sido en balde, que sus palabras tienen resonancia en el ámbito íntimo de un destinatario.
      Aunque intento disociar mi actividad como docente de mi vocación como escritor (a menudo son parcelas incompatibles que discuten entre sí, un hecho que creo que se refleja en mis artículos sobre educación), me complace pensar que mis textos animan a descubrir libros y autores, a ampliar horizontes literarios. Es una satisfacción enorme comprobar que las palabras de uno tienen un eco en los demás.
      Justamente hoy he estado leyendo los relatos de Ribeyro, recogidos en el volumen titulado "La palabra del mudo", una lectura motivada por los diarios de los que hablo en esta reseña y aplazada en más de una ocasión por la premura de otras obligaciones más urgentes.
      En efecto, he podido comprobar lo que me temía: que Ribeyro va a ocupar a partir de ahora (creo que ya lo ocupaba) un lugar privilegiado en mi panteón de autores favoritos. Quizás le escriba a este libro una reseña más adelante para "Viaje a Ítaca", pero primero tengo que terminar el volumen, porque es un tomo de más de mil páginas. De momento, de los diez relatos elegidos al azar, preferentemente autobiográficos, no me han decepcionado. En realidad, son una delicia que se leen de un tirón, casi sin darse cuenta.
      Uno sabe que ha encontrado un autor fundamental, uno de esos que consiguen dejar huella en todo lo que posteriormente leerá y escribirá, cuando lo que lee le parece muy fácil de hacer y piensa que él también puede hacerlo (o incluso, mejor), que no es tan difícil escribir de esa manera, que uno también podría entregar a la imprenta un tomo como esos. Nada más lejos de la realidad: los grandes autores son los que consiguen hacer fácil lo que en realidad es muy difícil, darle una apariencia de simplicidad a lo complejo. Esa es la medida de la gran literatura, de la Literatura (con mayúsculas).
      Puede que Ribeyro me llame tanto la atención porque, además de tener una prosa exquisita y envidiable, en su momento fue un autor poco conocido, injustamente valorado (todavía en la actualidad, me temo), ensombrecido por otros autores de talla inmensa, como Mario Vargas Llosa, el otro escritor peruano que a uno le viene a la cabeza rápidamente. Es esa actitud esquiva y huidiza, esa vida desarrollada en los márgenes, lejos de los focos de atención y de la fama, tiene algo patético y al mismo tiempo conmovedor, una poesía camuflada que se abre al que tiene la suerte de encontrársela, como si fuera un tesoro oculto. También conmueven las anotaciones de sus diarios, la constante "tentación del fracaso" que Ribeyro creyó perseguirle durante toda su vida: es un autor con muy poca autoestima, que se castiga brutalmente (porque no escribe; porque escribe lo que no debería o lo que no tiene calidad suficiente), que tiene muy poco o casi nulo sentido del pragmatismo. Y sin embargo, vivió siempre con su vocación por la literatura intacta. Escéptico hasta la médula, dudó de todo, como Descartes, menos de su pasión por la literatura, como el filosofo racionalista nunca dudó de la eficacia del método que pretendía implantar para descubrir la verdad.
      En fin, creo que esta vez me he excedido un poco en mis divagaciones. Espero que sepas disculpar esta improvisación desmesurada, quizás motivada por el poso que me ha dejado la lectura de los relatos de Ribeyro. Por otro lado, aprovecho para adelantarte (en primicia) que en breve se publicará en "Viaje a Ítaca" otra reseña, esta vez sobre un libro de Hernán Rivera Letelier: "El fantasista". Puede que aparezca en la web el próximo lunes. Saludos.

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