Como una música lejana pero reconocible (1ª parte)



«Amo todo esto, tal vez porque no tenga otra cosa que amar -o tal vez, también, porque nada hay que valga el amor de un alma, y, si tenemos que darlo por sentimiento, tanto vale darlo al pequeño aspecto de mi tintero como a la gran indiferencia de las estrellas.»
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego

Es sabido que unas veces debido a las circunstancias, y otras veces a las propias limitaciones, uno no escribe lo que quiere sino lo que puede. En numerosas ocasiones, durante las presentaciones de mis libros, siempre hay alguien entre el público que le pregunta a uno cuándo va a publicar una novela, como si fuese posible cambiar una especie de microchip alojado en nuestra cabeza y reprogramar todas nuestras habilidades tan fácilmente.

De poder escoger, a uno le hubiese gustado dar a la imprenta un tipo de libro singular y extraño, con ese desorden anárquico que poseen las anotaciones improvisadas, con su aparente falta de continuidad y de coherencia interna, con su tara de manuscrito inacabado, con esa vinculación difusa entre el pasado y el presente, entre los hechos narrados, entre los personajes que aparecen y desaparecen como si fuesen fantasmas insomnes.

Libros cuya naturaleza híbrida se encuentra a medio camino entre la confesión, la exploración de la memoria, el diario íntimo, los aforismos, la galería de personajes, las reflexiones personales y la narración subjetiva de los acontecimientos, todo al mismo tiempo, sin solución de continuidad, pero sin disonancias ni estridencias.

Textos inconexos y misceláneos que no se sabe muy bien lo que son cuando uno comienza a leerlos, atrapado por la tensión y el hechizo que desprenden: las páginas avanzan y el lector continúa sin saber qué tipo de libro está leyendo -si se trata de una novela, de un ensayo autobiográfico o de unas memorias-, tan solo sabe que ese tipo de escritura atípica lo atrapa y lo embruja como si fuese atraído por una invisible pero poderosa fuerza de gravedad, que no puede dejar de leerlo, que quiere seguir devorando páginas movido por una curiosidad que lo consume por dentro.

Uno llega al final del libro -que es el final únicamente porque la desidia o la muerte de su creador impidieron su prolongación-, como se llega al final abrupto de un camino truncado, y desearía empezar a leerlo de nuevo, por cualquier página, eligiendo cualquier párrafo según los dictados caprichosos del azar, como si fuese un “libro de arena” inabarcable.

Me refiero a textos como La tentación del fracaso y las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro, o El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Uno se lamenta de haberlos descubierto quizás demasiado tarde, de no haber entrado mucho antes en sus laberintos de palabras, de haber aplazado repetidas veces su lectura por otras más urgentes y sin duda menos esenciales.

Pero parece ser que los libros llegan para quedarse con nosotros cuando a ellos se les antoja, ni antes ni después de los propósitos de los lectores. La tentación del fracaso estuvo durmiendo el sueño de los justos, desdeñosamente olvidado entre los anaqueles de mi cuarto de trabajo, hasta que un buen día, antes de irme a dormir, se me ocurrió echarle un vistazo a los primeros párrafos. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, devoraba sus páginas con la determinación de un alma poseída, un poco intoxicada y enfebrecida de literatura, en las salas despobladas de la biblioteca municipal.

La lectura de El libro del desasosiego fue arbitrariamente aplazada en varias ocasiones, porque las obligaciones laborales, el cansancio cotidiano o las urgencias imprevistas impedían la lectura deleitosa y pausada que sin duda sus páginas merecen.

Comentarios

  1. La coherencia interna del libro del desasosiego creo que la menciona el propio Bernardo Soares en alguna entrada (una cualquiera que no sabría encontrar en ninguna de las ediciones del libro) cuando hace referencia al vértigo de mirar a los ojos a alguien y comprender que allí detrás hay un alma. Esa incómoda sensación de estar observando a alguien en su intimidad más privada.

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