Ociosidad lectora



«El desbarajuste en que leo es inmenso. Basta que me empeñe en leer o estudiar algo que me interesa, para que surja de inmediato otra cosa que también me interese y me desvíe. Así soy incapaz de acumular un capitalito cultural en algo en especial.»
Iñaki Uriarte, Diarios 1999-2003


Un aviso de alerta por tormentas puede transmutar una tarde de obligaciones y de compromisos en un paréntesis benéfico de ociosidad lectora, como un oasis milagroso en medio del desierto, o como si fuese el anuncio de una playa tropical en lo más crudo del otoño. Fue una de esas veces en las que un acontecimiento inesperado tiene unos efectos memorables, una perfección sutil y redonda que está hilvanada con las mejores cosas de la existencia.

Esta mañana, a primera hora, cuando los rayos del sol aún no se habían asomado por el horizonte, una nube pasajera y furibunda descargó lluvia con tanta saña que dejó patas arriba buena parte de la ciudad, con carreteras anegadas de barro y desperdicios, con sótanos y garajes convertidos en lodazales improvisados, incluso con desperfectos en las edificaciones más vulnerables.

Con satisfacción golosa uno aprovecha el vacío inesperado de la tarde para sentarse en su sillón favorito y leer Días de diario, un pequeño opúsculo de Muñoz Molina escrito a medio camino entre la crónica personal y el diario de escritura -de ahí el doble sentido del título-, entre el discurrir de la cotidianidad y el proceso de gestación y redacción de El viento de la Luna, novela sobre la pérdida de la inocencia en el ambiente opresivo y claustrofóbico de la España franquista.

En uno de los párrafos de Días de diario puede leerse lo siguiente: “Me da mucho miedo pensar que la novela no salga bien, porque en estos tiempos creo que es imprescindible y urgente para mí terminar una buena novela. Vital para mi buen nombre y para mi confianza en mí mismo, tan debilitada últimamente”. Y un poco más adelante: “Como escribir me da una gran tranquilidad de conciencia, los días van pasando con placidez y sin angustia. Trabajo a buen ritmo estos días, aunque tengo dudas sobre el resultado”.

Llama la atención comprobar esa entrega, que tiene algo de desafío heroico o de obstinada temeridad, con la que algunos escritores se enfrentan a su trabajo, con esa mezcla de pasión insobornable y de profunda incertidumbre por lo que hacen.

Recuerdo un párrafo de La tentación del fracaso, los diarios reunidos de Julio Ramón Ribeyro, en el que afirmaba que se aburría soberanamente cuando no se encontraba aporreando teclas frente a su máquina de escribir, que no sabía qué hacer, y que de repente la vida le parecía una especie de ejercicio inútil, desperdiciado, insoportable, al tiempo que admitía sus dudas acerca, no ya de la calidad, sino de la validez de aquello a lo que dedicaba la mejor parte de su tiempo y de sus energías. Y también Ribeyro, en Prosas apátridas, llegó a escribir: “Lo inaplazable, lo primordial, es la línea, la frase, el párrafo que uno escribe, que se convierte así en el depositario de nuestro ser”.

Así que uno no puede sino concluir que esto de la inseguridad que rodea la escritura debe de ser una especie de maleficio que ha mortificado la tranquilidad de los escritores a lo largo de los siglos, con total independencia de la experiencia atesorada o del éxito obtenido. La lección es que ni siquiera los mejores están a salvo de los tormentos inherentes a este oficio de galeotes.

Pienso en estas cuestiones mientras compruebo una vez más el horizonte limpio y cristalino, la temperatura suave, la consistencia otoñal del aire que huele a tierra húmeda, el mar en calma que se vislumbra en el horizonte, la luz oblicua de la tarde que toca con delicadeza las cosas, las aristas de las esquinas, las casas somnolientas, las ramas altas de una palmera que se mecen de forma hipnótica delante de mi ventana.
Observo el imponente azul del cielo, casi despejado de nubes, en el que empiezan a dibujarse algunas pinceladas ocres, de oro viejo o de cobre, en esta tranquilidad plácida del final de la tarde, y me pregunto cuándo llegará la lluvia.

Comentarios

  1. Muy interesante por la intimidad transmitida.

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    1. Debe de ser por estos tiempos otoñales que estamos sufriendo...

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  2. En el hecho de escribir y leer se suele percibir cierta culpabilidad. ¿Ocio?, tiene una cierta connotación negativa en este insensato mundo utilitarista, pero ese es el tiempo de los filósofos y poetas, es el tiempo para vivir. ¿La utilidad y la rentabilidad?, para las máquinas y los brutos con delirios de comerse el mundo.

    A propósitos de las dudas del escritor, decía San Agustín acerca de las vacilaciones racionales del creyente “Si lo comprendes, no es Dios”. De la vida, y sus asuntos, también se duda: y si la comprendes, no es vida. Intentamos explicarlo todo racionalmente, pero la vida no tiene medida; Ribeyro se atormentaba preguntándose sobre la utilidad de escribir, le surgían dudas a pesar del entusiasmo que le guiaba y merecía honrar; perdemos demasiado tiempo y vida cuestionando la utilidad de las actividades y medidas humanas. Estoy recordando una fotografía divertida que vi recientemente: una anciana feliz, disfrutando de un desfile, rodeada de una multitud de espectadores pendientes de lo que grababan con sus móviles; unos viven inmortalizando su fugacidad y otros se desviven en perpetuar la mortalidad; ¿quién es el escritor, el que vive y disfruta?: creo que será feliz si escribe como quien busca la paz y la felicidad, experimenta, aprende a mirar la vida y a sí mismo, como quien crea luz, sentido y vida. ¿Y el lector?, dichoso será si lee como quien conversa o se libera y vuela.

    Ciertamente, una hermosa tarde otoñal, tal como la has escrito, es un buen momento para detener la inercia mundana, contemplar y gozar los colores y los olores que dejan los días lluviosos en la tierra y el cielo, para perderse en la vida, para crear en la escritura o liberarse en la lectura.

    Me alegro de tu regreso. Saludos.

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    1. A uno también le alegra el hecho de haber regresado, Pedro. Desde hace algún tiempo tenía este blog desatendido, abandonado, carente de vida. Ahora parece que vuelve a recuperar energía y esplendor, junto con otros proyectos que se van fraguando a fuego lento, sin prisas, a veces de manera repentina. Proyectos y acontecimientos que ya iré comunicando en este mismo medio a medida que se vayan produciendo. La próxima entrada tendrá algo de esto.
      Y es también muy gratificante comprobar que a pesar del tiempo transcurrido uno sigue conservando un puñado de lectores fieles y pacientes. Un saludo.

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