«Senderos, otros senderos, sabiendo que ninguno puede agotar enteramente el acceso al conocimiento del entrevistado. Lo que aquí propongo es uno diferente: acceder, en este caso al escritor, hablando ocasionalmente de literatura, más que nada para entibiar el diálogo. Se trata de ver en qué medida e intensidad lo aparentemente superfluo se convierte en el polen de la criatura creadora.»
Rodolfo Braceli, Escritores descalzos
A veces los proyectos van madurando a fuego lento sin que ni siquiera uno tenga conciencia de ello. Un día abres una nueva carpeta en el ordenador, sin demasiada esperanza pero con mucho convencimiento, según el título de aquel libro de Ángel González, como abres otras tantas que nunca llegan a nada, proyectos que se esfuman como la oscuridad de la noche por la mañana, y al cabo de los años, casi sin querer, esos materiales que has ido juntando y recopilando como si fueras una hormiga que hace acopio de víveres para pasar lo más crudo del invierno, pasan a tener una entidad propia y autónoma y se convierten en un libro que lleva tu nombre en la portada.
Alguna vez ya he mencionado que cuando uno termina de escribir un libro se produce una incómoda sensación de vacío y de extrañamiento, como si hubiese sido otro y no uno mismo el que hubiese perpetrado el atrevimiento de escribir esa pila de páginas corregidas que ahora se acumulan indolentemente en el escritorio, mientras esperan los últimos retoques antes de ser enviadas al editor.
El trabajo ya ha finalizado. Uno ha intentado cumplir con su compromiso de esmerarse para que el resultado final sea capaz de reflejar lo más fielmente posible aquello que tenía en su cabeza antes de sentarse a escribirlo. Un resultado que, por definición, nunca va a quedar igual que aquello que habitaba aún de forma imprecisa en su imaginación. Este es el principal, el imprescindible, el más decisivo compromiso que puede adquirir un escritor con su obra: el intento de dar lo mejor de sí mismo.
Aún no tiene una portada definida, y todavía quedan los últimos detalles por ultimar, pero el resultado ya está ahí, visible, palpable, materializado en ese montón de hojas impresas de nuevo y corregidas una vez más, páginas que se han ido sedimentando pacientemente con el paso del tiempo, como si fueran los diversos estratos de una montaña que se ha ido formando a lo largo de lentos períodos geológicos.
Dentro de unas semanas ya ni siquiera te pertenecerá, sino que será patrimonio de los lectores que decidan acercarse a él, y que tendrán la última palabra sobre su interés, su conveniencia o su valor, si es que tiene algo de eso.
En esta ocasión, la nueva criatura de papel se titula Palabras entrevistas (Diecisiete autores hablan de su oficio), y en breve lo publicará la editorial Mercurio. Se trata de una recopilación de entrevistas que tiene como hilo conductor los imbricados laberintos de la creatividad literaria en boca de aquellas personas que, en ocasiones de alguna manera inexplicable, y en otras con seria premeditación y alevosía, han hecho de la literatura la pasión de sus vidas.
Como lector habitual de libros de entrevistas sobre escritores, al autor le gustaría pensar que este volumen suma un hilo más al tejido que otros libros sobre el género han ido confeccionando, poco a poco, lentamente, a lo largo de tantas conversaciones, con el ánimo de desentrañar entre todos de qué hablamos cuando hablamos de literatura, parafraseando el famoso título de Raymond Carver.
Entre las páginas de Palabras entrevistas hay visiones diferentes de la sociedad, certezas y dudas, deseos, arrepentimientos, proyectos esbozados, opiniones, poéticas literarias, filias y fobias, ajustes de cuentas, lecturas predilectas, algún que otro exabrupto, homenajes literarios, críticas, interpretaciones alternativas del quehacer literario… Pero, por encima de todo, mucho amor hacia la literatura: Ricardo Belo de Morais, Sergio Ramírez, Emilio González Déniz, Reyes Mate, Carlos Álvarez, José Luis Ibáñez Ridao, Santiago Gil, Ángeles Caso, Antonio Escohotado, Fernando Delgado, Alexis Ravelo, J.J. Armas Marcelo, José Luis Correa, Andrés Trapiello, Pedro Flores, Juan Cruz, Javier Sádaba y un apéndice con una entrevista al cantautor Ismael Serrano, que no es sensu stricto un escritor, pero que sin duda participa de las mismas inquietudes y de las mismas pulsiones que todos ellos.
Como suele decirse, no están todos los que son (sería imposible), pero sí son todos los que están. Que nadie interprete oscuras intenciones en las ausencias que pudiese advertir en este somero índice: la lista de convocados ha sido dictada más por los caprichos del azar que por un método académico y exhaustivo.
Además de llegar a conocer al Otro a través de la conversación, la mayor recompensa de un entrevistador es que la persona entrevistada se sienta reflejada en sus propias palabras de forma transparente, como si de un nítido espejo se tratase. Si se hubiese conseguido este objetivo, aunque fuese en un grado ínfimo, todo el esfuerzo invertido en esta empresa quedaría alegremente justificado.
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