Mensagem



«La fraternidad encierra sutilezas»
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego


No es lo más frecuente, ni siquiera lo habitual, pero a veces los mensajes que arrojamos al mar en una botella llegan a sus destinatarios. Otras veces -muchas- no sucede así, y uno no puede dejar de preguntarse a qué mar del olvido habrán ido a parar tantas palabras que nadie leerá, que nunca llegarán a su receptor.


Gracias a los avances en las telecomunicaciones y en las nuevas tecnologías, en la actualidad las distancias geográficas se han relativizado. Hoy en día es posible tener una comunicación sostenida y fluida con alguien que se encuentra al otro lado del planeta y, en cambio, sentir al vecino que vive en el piso de al lado como un extraño del que ni siquiera sabes su nombre.

Alguna vez ya he comentado que se puede sentir más afinidad por ciertos personajes de ficción, aquellos con los que uno se siente de alguna manera identificado, que con los habitantes de tu barrio o de tu propia calle. Hoy más que nunca, resulta una evidencia irrebatible que las distancias entre los seres humanos son personales y no geográficas. O, dicho de otro modo, que en las relaciones humanas son más determinantes las barreras particulares que las territoriales o las lingüísticas.

Por eso uno siente hoy esa especie de alegría indeterminada y gozosa que se experimenta cuando los mensajes atraviesan muchos kilómetros y fronteras y aduanas para llegar a su único destinatario. En esta ocasión ha sido un mensaje con forma de libro, pero para los que consideran la literatura como una forma de vida y no como un mero pasatiempo, la inesperada llegada del libro oportuno en el momento adecuado puede que sea el detalle gozoso que ilumine discretamente ese día.






Fragmento de la entrevista a Ricardo Belo de Morais, extraído de Palabras entrevistas (Diecisiete autores hablan sobre su oficio), Editorial Mercurio, 2016:
Es muy probable que estos logros los consiguiese Pessoa sin ser plenamente consciente de lo que estaba haciendo, de que estaba en un cambio de direcciones. En la actualidad sabemos que él sintió como algo natural ese deseo de crear “otros”, sus heterónimos, y de utilizarlos en su vida diaria desde los cinco años. Su padre había fallecido poco antes y un tío de Pessoa lo sustituye en la tarea de educarlo. Este tío suyo, el tío Taco, lo llevaba a dar largos paseos por Lisboa. También lo llevaba a ciertos periódicos donde tenía algunos amigos. En estos periódicos, el tío Taco junto con sus amigos periodistas creaban un pequeño grupo de teatro formado por arquetipos de aquellas figuras sociales más fáciles de utilizar para hacer crítica social -el obispo al que le gustaban las mujeres, el general que en realidad era un cobarde o el político corrupto-. El niño Pessoa veía a estos adultos divirtiéndose con estas “creaciones”. Y así, el hecho de crear “otras personalidades” empieza a ser algo habitual para él.

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