El tiempo de los libros



«Pasa el tiempo, no necesariamente mucho, cambia alguna circunstancia de nuestra vida, interviene sin que nos demos cuenta un hecho exterior, y el libro que antes no nos había dicho nada, gracias a una conjunción muy variada de factores favorables, se convierte en una luminosa revelación.»
Antonio Muñoz Molina, “La edad de las novelas”


No hay nada inmutable; todo es susceptible de cambio. Y la percepción que guardamos de algunos libros no tendría por qué ser una excepción a esta regla.

Hay libros -la mayoría- que no han conseguido dejarnos ningún rastro en la memoria; hay otros -los menos- que nos han influido sin que nos diésemos cuenta; y hay otros -muy pocos-, que tienen que esperar a que pase el tiempo para tener una influencia decisiva en nosotros.

Esto se debe a que el momento de la lectura no siempre acontece en la circunstancia más propicia. Es decir, que a veces los libros que leemos no nos transmiten nada en un primer momento de lectura, pero luego, pasado el tiempo, olvidado aquel intento frustrado de aproximación, en medio de unas circunstancias diferentes, el libro consigue desplegar toda la esencia que llevaba dentro.

Algo como esto me ocurrió la primera vez que intenté abordar el libro de Milan Kundera, La insoportable levedad del ser. Lo había encontrado en una de aquellas librerías de segunda mano a las que éramos tan aficionados en los años de estudiante. Me habían dicho, o quizás lo había leído en algún sitio, que alguien interesado en la filosofía debía leer un libro como aquel en algún momento de su vida.

Intrigado por aquel pronóstico ineludible, me entregué a la tarea de leerlo con unas expectativas -quizás demasiadas- muy altas. Pero lo cierto es que aquella ilusión no duró demasiado.

Recuerdo que la digresión de las páginas iniciales sobre las implicaciones éticas del eterno retorno de Nietzsche -la hipótesis de que nuestros actos adquieren consistencia debido a la perspectiva circular del tiempo-, además de un comienzo ciertamente desconcertante, me pareció un auténtico galimatías que no merecía el esfuerzo ni la paciencia que requería una lectura como aquella. En resumen, que como suele ocurrir a menudo con las cosas que nos recomiendan tan encarecidamente, mucho ruido para tan pocas nueces.

Muchos años después, y tras algún contacto con las ideas de Nietzsche - para qué negarlo, eso también ayuda bastante a desentrañar el sentido del libro-, conseguí descifrar aquel enigmático comienzo que tan disuasorio me había parecido al principio: la intención de Kundera es mostrar que la hipótesis del eterno retorno encierra una paradoja que va en contra del conjunto de la filosofía de Nietzsche. Nada más, pero también nada menos.

Al tratar de proporcionar consistencia a los actos humanos, Nietzsche acaba por desvirtuar la maravillosa precariedad que produce la fugacidad en nosotros. En opinión de Kundera, antes que negar la impronta de la fugacidad en la naturaleza humana, convendría asumir sin ningún tipo de reserva su trágica belleza. En eso consiste, precisamente, “la insoportable levedad del ser”.

Todo este preámbulo viene a cuento a propósito de otro libro que también ha llegado a tener una destacable influencia para uno. Y es que la primera vez que empecé el Libro del desasosiego de Pessoa me pareció un texto desaliñado, elaborado a partir de fragmentos inconexos, carente de una estructura concreta.

Pero ocurre que debido a uno de esos giros imprevistos, no exentos de una cierta ironía, todos aquellos motivos por los que en su momento me pareció una lectura más bien aburrida, andando en el tiempo, al final, se han convertido en los alicientes más seductores para profundizar en ella, hasta el punto de llegar a considerar ese texto como uno de mis libros predilectos.

Igual que de Juan Carlos Onetti, de Pessoa uno ha aprendido que la literatura no siempre se parece a la maquinaria precisa de un reloj, como la que subyace bajo novelas como la de Kundera, sino que también se encuentra en el fugaz destello de un párrafo que consigue llegar al alma. Y esa es la razón de ser de la literatura.

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