Volver a Julián Marías





«Cada vez domina más la interpretación del hombre como una realidad biológica, orgánica, reductible a casi todas las demás. Con ello se está disipando la conciencia de la mismidad, de que cada uno es cada uno, único, intransferible por modesto que sea en sus dotes y en su importancia. Se disipa la conciencia de la unicidad, del carácter irremplazable que tiene todo hombre, aunque su importancia en todos los órdenes sea mínima. En ese único aspecto, el de ser persona, alguien y no algo, es máxima.»
Julián Marías, La fuerza de la razón



En estos días de obligado confinamiento que mantiene a buena parte del planeta en una especie de arresto domiciliario debido a la pandemia del coronavirus, he recordado la figura pública de Julián Marías. 

            Hace años, cuando uno no era más que un incipiente bloguero, indeciso, sin experiencia ni referentes directos, me pareció que los artículos de Marías constituían un buen espejo en el que mirarse, un modelo adecuado por el que empezar a construir una voz propia, si es que ese empeño se puede llegar a conseguir en algún momento.  

            De Marías había leído en su momento su magnífica Historia de la Filosofía, cuando era un estudiante universitario, e inmediatamente me quedé prendado de su claridad expositiva, de su capacidad didáctica, de su destreza como escritor. 

Medio en serio, medio en broma, solía decirme a mí mismo que si no entendía algo después de leerlo en un texto de Julián Marías, entonces ese algo era «imposible» de entender. Tan sencillo como eso.   

La escritura de Marías me parecía (y me sigue pareciendo) uno de los mejores ejemplos de aquella lección aprendida de su maestro, Ortega y Gasset, acaso la más importante, cuando afirmaba que «la claridad es la cortesía del filósofo»: si no somos capaces de hacer el llegar el mensaje, entonces no tenemos nada que hacer en este oficio.   

Así que, cuando comencé a escribir en mi blog, como quien busca referentes en los que apoyarse, pensé que era una buena idea hacerme con artículos de Marías publicados en prensa, como los dos volúmenes de El curso del tiempo, además de otros ejemplares como Entre dos siglos o La fuerza de la razón.   

            Me dediqué a leerlos de manera anárquica, puramente hedonista, saltando de un tomo a otro, sin seguir un orden premeditado ni respetar las fechas de publicación de los artículos. 

Me dejaba llevar por esta lectura desordenada, y decidía leer un artículo u otro por lo que me sugería el título de cada uno. Durante esa familiarización con aquellos artículos periodísticos de Marías, tuve la oportunidad de comprobar varias cosas. 

En primer lugar, comprobé que a pesar de su extensa colaboración con la prensa (y eso que solo desde 1951 tuvo la posibilidad de escribir en los periódicos españoles, debido a discrepancias con el Régimen), y a pesar del tiempo transcurrido entre el primero y el último artículo, Marías siempre mantuvo una coherencia teórica intachable.  

            En segundo lugar, descubrí la importancia de alejarse del comentario inútil, zafio, polémico o revanchista, que tan buenos réditos ha proporcionado a otros conocidos articulistas, pero que no aporta nada sano al debate público ni a la posibilidad de acuerdo entre partes con opiniones diferentes. 

Y en tercer lugar, descubrí la responsabilidad del escritor que insiste en valores universales y progresistas como la educación, la libertad y el conocimiento, sin menoscabo de la crítica ni de la denuncia, cuando estas son verdaderamente necesarias. 

No creo estar equivocado al afirmar que estos son los tres pilares básicos de los textos de Julián Marías. Y, en este caso, no me refiero solo a su obra periodística, sino al conjunto de su legado filosófico. 

El problema de muchos articulistas actuales (y de los medios de comunicación en general) es que han sustituido la denuncia por el insulto, el desacuerdo por el desprecio, la discrepancia argumentada por la ofensa y la humillación.  

Y esa actitud, desgraciadamente tan extendida (no hay más que encender la televisión y ver ciertos programas), no solo no contribuye a fomentar el civismo, esa palabra cada vez más en desuso, sino que supone un duro palo a la convivencia. 

Eso por no mencionar la proliferación de bulos informativos, de fake news, de noticias catastróficas y alarmantes, que no hacen más que amedrentar aún más a una población de por sí desanimada. 

Por eso me parece de vital importancia volver a leer a Marías, como una forma de no dejarnos llevar por el lodazal informativo y continuar con su legado de manera individual. Quizás no ayude a mejorar las cosas, pero al menos no contribuirá a empeorarlas más de lo que están.    


  

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